domingo, 21 de septiembre de 2014

Espuelas de carne cansada.



Que no sea por mi.
Las calles que te juegan, a mi sólo me vienen a ver cuando se acabó la fiesta y la madrugada ha hecho migas con las babas rotas de los insomnes.
De mi cuerpo, los jirones que son ensalmos, curvaturas ácidas de la nausea y drogas duras por debajo de la piel.

A mi nadie me escribe notas, nadie sabe mi nombre y las tuercas melladas de mi cerebro saben a derrota y a gas de mechero. Cuántas veces no habré querido quemarme las pestañas, para que todo me entre por los ojos, para no dejar nada a mi boca que palpita o a mis oídos que juegan a escupir napalm a las palabras vendidas a los mercaderes.

Detestar mi intensidad o la suciedad inconsciente de mis uñas rotas. Que no supuro yo, que es el flujo muerto de sangrar a tres tiempos. Malvendida y hueca, hambre de todo en las colinas de la nada.

Y si aún tienes ganas de beberte esta fuente, advertirte que ya está seca que fue manantial contaminado desde que el agua se hizo ama de la vida y nuestra sed.

Salvarás más puertas si te quedas de cuclillas lamiendo el suelo, arder del verbo vete a la mierda que al fuego le vi yo primero. Tantas tardes de bancos húmedos en la torre del mago y que vendrán los cuervos a los banquetes de las doce causas de la ira.

No te creas que pretendo asustarte, que vivo de la táctica de dar cebo y darte espuelas. Sólo restriego mi indolente suerte en la cara del que quiera un soplo de la vida ausente, de días sin cuerdas ni para cortarse las venas y matar al tiempo.

Y los golpes, mejor de dos en dos... no vaya a ser que el otro lado de la cara se sienta abandonado.
Malcríame a base de  la realidad que algunos llaman suerte y vete, vete por favor si empiezo a moverme, a ser consciente de mis dientes y la falta de ganas que tengo de hacerte un hueco entre cristales. Y bueno, que triste si al final, te amo.